El uso de la palabra tiene
una connotación oculta muy profunda, ya que se puede remitir a la insinuación
en términos del Logo de Dios; la Biblia es el único libro religioso que revela la importancia del
discurso cuando dice que toda la creación de Dios surgió de lo que Él dijo.
Existe una creencia tradicional que explica que el poder descubrir el verdadero
nombre de algo, significa obtener poder sobre este, tal y como lo cuenta la
leyenda egipcia de Isis para obtener el verdadero nombre de Ra, o como en el cuento
folklórico de Rumpelstiltskin, de los hermanos Grimm. Otro caso similar es el
que se utiliza en el ritual católico del exorcismo, en el que para poder
expulsar una energía negativa del cuerpo de un poseído, se necesita no sólo la
autoridad y el poder de Dios, sino el nombre del ente.
El sacramento del bautizo, en el ritual cristiano, es
precisamente la obtención de un nombre, y en muchas órdenes y doctrinas
esotéricas, los recién iniciados son recibidos precisamente con un nombre nuevo
y distinto; tal es el caso, por ejemplo, de los nombres simbólicos que Benito
Juárez y Porfirio Díaz recibieron al momento de ingresar a la masonería:
Guillermo Tell y Pelícano, respectivamente. Volviendo al propósito del bautizo con la dotación de un nombre de tradición cristiana, sería el equivalente a la
asimilación de una intención o de una aspiración; tal vez debería de haber más
personas llamadas Tomás, ya que él dudó mucho de la certeza de la resurrección
del Cristo.
Lo interesante de este asunto es que el ser humano,
paulatinamente, ha ido perdiendo la noción de la importancia que tiene la
correcta utilización y pronunciamiento de las palabras. Para pronunciar una
sola, se deben poner en movimiento 38 músculos al mismo tiempo (es claro que
no somos conscientes de esto, ya que nuestro cerebro ha codificado este
mecanismo para que resulte como algo automático o natural); del mismo modo, en
muchas ocasiones no somos conscientes de lo que decimos o expresamos, ya que, igualmente,
de acuerdo a nuestras experiencias y costumbres, nuestros pensamientos están
dispuestos de tal forma que ciertas expresiones se vuelven cotidianas y
malamente naturales. En otras palabras, se convierten en el resultado de
múltiples variables ambientales o experimentales.
En enseñanzas cabalísticas, se dice que el planeta
Mercurio, que guarda una estrecha correlación con el dios Hermes, con los
libros y propiamente con el conocimiento, es el que genera una enorme
influencia en los pensamientos y en las palabras de las personas. Esta energía
es la que da origen a todas las cosas del plano físico, que a su vez son
regidas por leyes precisas de este plano físico. Tomemos como ejemplo la
tercera Ley de Newton, que explica detalladamente que “a toda acción, hay una
reacción igual y en sentido opuesto”. Hermes Trismegisto ya había hablado de
esto en el Kybalión, y dada la naturaleza de este texto, expongo a
continuación una serie de ejemplos que servirán para detallar lo hasta ahora
mencionado:
La primera vez que le falté el respeto a uno de mis mayores, hubo una reacción que no vi venir. Haya sido por medio de una cachetada, un cinturonazo o cualquier otro castigo, me quedó claro que al ofender a una persona, esperaré una sanción como reprimenda por mi atrevimiento.
La primera vez que dije algo que lastimó a mi madre, comprendí que hay cosas que aunque se intenten reparar, jamás se podrán olvidar. Se puede creer que una palabra o expresión mal empleada puede tener un efecto momentáneo, pero en realidad puede perdurar en la memoria de la persona por muchos años.
Del mismo modo, y atendiendo a la tercera Ley de Newton, recuerdo una vez que tuve la oportunidad de aconsejar a una persona que atravesaba por momentos de crisis. El poder de una palabra bien empleada tiene mucho impacto en muchos niveles, y el efecto de la misma siempre regresa a uno. Todo vuelve a su punto de origen. Es como el esoterismo de la época de Navidad: la mayor alegría no radica en cuántos regalos se reciban, sino en el gusto de poder hacer feliz a la mayor cantidad de personas.
La primera vez que le falté el respeto a uno de mis mayores, hubo una reacción que no vi venir. Haya sido por medio de una cachetada, un cinturonazo o cualquier otro castigo, me quedó claro que al ofender a una persona, esperaré una sanción como reprimenda por mi atrevimiento.
La primera vez que dije algo que lastimó a mi madre, comprendí que hay cosas que aunque se intenten reparar, jamás se podrán olvidar. Se puede creer que una palabra o expresión mal empleada puede tener un efecto momentáneo, pero en realidad puede perdurar en la memoria de la persona por muchos años.
Del mismo modo, y atendiendo a la tercera Ley de Newton, recuerdo una vez que tuve la oportunidad de aconsejar a una persona que atravesaba por momentos de crisis. El poder de una palabra bien empleada tiene mucho impacto en muchos niveles, y el efecto de la misma siempre regresa a uno. Todo vuelve a su punto de origen. Es como el esoterismo de la época de Navidad: la mayor alegría no radica en cuántos regalos se reciban, sino en el gusto de poder hacer feliz a la mayor cantidad de personas.
Para finalizar,
transcribo un texto titulado "Las 3 bardas", achacado a una enseñanza de
Sócrates:
Un
discípulo llegó muy agitado a la casa de Sócrates y empezó a decir:
-Maestro,
quiero contarte como un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia...
Sócrates
lo interrumpió diciendo:
-¡Espera!
¿Ya hiciste pasar a través de las Tres Bardas lo que me vas a decir?
-¿Las
Tres Bardas?
-Sí
-replicó Sócrates- La primera es la VERDAD ¿Ya examinaste cuidadosamente si lo
que me quieres decir es verdadero en todos sus puntos?
-No...
lo oí decir a unos vecinos...
-Al
menos lo habrás hecho pasar por la segunda Barda que es la BONDAD. Lo que me
quieres decir ¿es por lo menos bueno?
-No,
en realidad no; al contrario...
-¡Ah!
-interrumpió Sócrates- Entonces vamos a la Ultima Barda. ¿Es NECESARIO que me
cuentes, eso?
-Para
ser sincero, no; necesario no es.
-Entonces -sonrió el sabio- si
no es VERDADERO, ni BUENO, ni NECESARIO.... sepultémoslo en el olvido.
Q. A.
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