Los roles de la sociedad, en sus diferentes facetas, se han encargado de dictar las pautas de comportamiento y de reacción dentro de los ambientes en los que nos desenvolvemos. El primer y más claro ejemplo es el del rol masculino: éste ha sido moldeado de una forma que debe ser dura, calculadora y a la que no se le permite mostrar sus sentimientos ante los ojos de los demás; por lo tanto, llorar y quejarse no deben ser propios de un hombrecito de verdad.
El rol femenino, por otro lado, ha sido encasillado a fungir como la figura preponderante en el hogar, que debe ser sumisa y débil, buscando en todo momento la protección de una figura masculina que vele por su integridad física y moral; a ellas sí se les es permisible mostrarse sentimentales.
La realidad es que nada de lo anterior puede encajar en lo que actualmente sucede en la sociedad. Dice un viejo axioma que aquello que no se mueve ni evoluciona, está destinado a morir o desaparecer; lo mismo sucede en los ámbitos emocionales y en los roles que se han ido asumiendo paulatinamente. Hoy por hoy, es
imposible y vulgar creer que los hombres deben ser los únicos proveedores del hogar. Las mujeres han demostrado, a lo largo de la historia, que no sólo son más fuertes (no enfocándome en la fuerza o a la masa muscular), sino más capaces y con muchas más habilidades que los hombres.
Del mismo modo, se ha hecho un cambio en el paradigma del pensamiento del género masculino, en cuanto a la demostración del afecto y de las emociones. Cada vez se perciben menos expresiones afectivas de piedra (por decirlo de algún modo), y se pueden apreciar cada vez más muestras sentimentales de los padres a sus hijos, amigos o esposas.
Lo que intento expresar en estas lineas es lo siguiente: hombres y mujeres estamos hechos de energía y de divinidad. Si bien es cierto que fisiológicamente hay una clara diferencia, y que unos somos proyectivos y otros receptivos (tema a tratar en otro momento...), todos tenemos una cosa en común: EMOCIONES. Esto no debe confundirse de ningún modo con el concepto de DESEO, que es sólo una máscara bajo la que se disfrazan otra clase de energías que deben canalizarse de la mejor forma. Una emoción es la pasión que surge desde el fondo de nuestro ser, que se convierte en la energía o el combustible para movernos y alcanzar aquello que nos proponemos. Es la motivación que nos hace reír, llorar, sentirnos y hacerse sentir amados y queridos.
El símbolo que caracteriza de mejor modo el fluir de las emociones, es precisamente el AGUA. Las Copas. El agua, por la característica de ser motivadora de vida y del movimiento que tiene en los mares y los ríos, está asociada con nuestra parte interna, con lo que no podemos ver o explicar, pero sí SENTIR. Nuestra sangre es líquida, como el agua. Sabemos que se mueve por todo nuestro cuerpo, porque estamos vivos gracias a ella; cuando estamos inmersos en el vientre de nuestras madres, estamos rodeados de líquido, el primer elemento al cual nos adaptamos. Por eso nacer duele, por eso dar el primer respiro de AIRE es todo un trauma para el recién nacido: anteponer la RAZÓN a la EMOCIÓN es complicado.
El planeta que mejor se adapta a la esencia sentimental es LA LUNA. La madre. La parte femenina. Por esta razón, los ciclos lunares son de 28 días (al igual que el periodo de la mujer), y cuando hay luna llena el nivel del agua del mar aumenta.
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